Con cierta tensión en el estómago intento escapar de la conversación que me acorrala. Las sonrisas no me sirven, me demandan respuestas. Lanzo una frase de compromiso en dirección opuesta a mi huida y me agarro la copa para salir de allí. Me giro sólo para ser engullido por el siguiente corrillo. Con la cara aún dentro del vaso, bajo la vista y empujo. “Debe haber algún espacio claro, escondido”. Apuro la copa y me voy a por otra. La conversación con la camarera es la única segura; trivial, pautada, sin expectativas. Me agarro a ella un poco más de lo establecido y comienzo a hacerla sentir incómoda. Me despido antes de parecer excesivamente necesitado.
Me acabo la copa a tragos cortos y empiezo a sentirme lo suficientemente borracho como para estar cómodo pase lo que pase. Mañana podré estar solo, hoy ya empiezo a diluirme en el ambiente. A partir de ahora todo irá bien.